Quisiera compartir con vosotras una pequeña historia sobre Lanciego, sobre lo que se puede descubrir rebuscando un poco entre papeles antiguos y libros de la parroquia.
Hace ya unos años, Emilio Enciso, sacerdote alavés que llegó a ocupar el cargo de consejero de Acción Católica Femenina de España, y que escribió varios libros sobre la moralización del país —y especialmente sobre cómo debían comportarse las mujeres durante aquellos años de dictadura—, encontró unas notas en el primer libro sacramental de la parroquia de Lanciego. Más tarde, en 1991, Zoilo Calleja, que entonces era párroco en Kripán, las transcribió y resumió.
En esas notas, los curas del pueblo contaban los hechos que les llamaban la atención entre los años 1564 y 1617. Gracias a esas anotaciones, hoy podemos asomarnos a la mentalidad de la gente de aquella época: cómo veían el mundo y cómo reaccionaban ante los grandes acontecimientos.
Allí se mencionan sucesos como la guerra contra los moriscos, conocida
como la rebelión de las Alpujarras, la batalla de Lepanto, la
entrada del rey Felipe II en Portugal, o incluso sequías, tormentas y
pestes.
Sabemos que el primer cura en comenzar
a escribir fue Juan de Vallejo, y que después le siguieron Martín de
Foronda y Martín Pérez de Viñaspre. Este último dejó escrito cómo se vivió la peste de finales del siglo XVI, y
contó cosas como:
“En Viñaspre vinieron a morir más de setenta personas, y allí no quedaron más de veinte vecinos. En Cripán murieron también muchos, más de treinta, y así sucedió que, al poco de convalecer, se casaron viudas con viudos, y aun hasta los muy muchachos.”
Con ese tipo de relatos nos damos
cuenta de cómo vivían y de cómo seguían adelante después de
sufrir momentos tan duros.
Si miramos los documentos del
Ayuntamiento de aquellos siglos, los protocolos —los pleitos, las ventas, los
contratos de la taberna, del horno o de la carnicería—, casi siempre aparecen nombres
de hombres. Pero, si escarbamos un poco más, también encontramos a las mujeres,
sobre todo en los testamentos.
Por ejemplo, Catalina Ximénez,
que vivió en Lanciego a finales del siglo XVI, pidió ser enterrada en la
iglesia de Acisclo y Vitoria, junto a sus familiares, y que se
celebraran 150 misas rezadas y 20 cantadas por su alma.
Otra mujer, Osana López de Lafuente, de Viñaspre, quiso que la
acompañaran en su entierro los clérigos de Lanciego, Kripán y Yécora,
junto con la cofradía de la Vera Cruz, ocho cirios de cera y cincuenta misas
cantadas.
En 1609, Catalina González,
viuda de Diego Sáez de Lopez, sacó un censo por dieciséis reales y medio
e hipotecó una viña de Assa y una pieza en La Losa, de Viñaspre.
Son pequeños datos, pero rastros de
vida, de mujeres concretas que vivieron aquí, en nuestros pueblos, y que
rara vez aparecen en la historia “oficial”.
También hay otros documentos que
muestran la dureza del tiempo, como un “concierto de estupro” —una
violación— de 1625, donde un hombre tuvo que pagar 150 ducados
por haber deshonrado a una mujer de Lanciego. Así era como se entendía entonces
la justicia y el honor de las mujeres.
Y si seguimos mirando hacia épocas más recientes, vemos que la vida del pueblo ha estado siempre llena de mujeres que sostienen la comunidad: Maestras, como la señorita Feli, aquella maestra coja que cobraba, por cierto, bastante menos que su compañero, el maestro; su hermana Pilar, que solía ayudarle en la escuela y que un día fue ingresada por apendicitis y ya nunca volvió, pues falleció en la operación; o Inocencia, “Ino”, la maestra que bajaba desde Kripán. Modistas, que cosían y arreglaban ropa para sus vecinas y vecinos. Lavanderas, que bajaban al lavadero con sus hijos, hiciera frío o calor. Y tenderas, siempre detrás del mostrador, atendiendo con paciencia a la vecindad.
Todas ellas han formado parte de la historia
viva de Lanciego. Y hoy, aquí, en este blog, con vuestra ayuda, queremos seguir recuperando sus nombres,
sus voces y sus memorias.
Raquel Zabala Compañón

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